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Aquí os dejo una muestra de lo que voy escribiendo. Muchas obras se desarrollan en el espacio rural de la provincia de Álava, aunque aparecen otros lugares como Jaén o Madrid. Cuando vuelvo al pueblo, a veces me siento como un turista, pero estoy permanentemente, a pesar de que ese universo cambia constantemente. Lo mismo que yo: hoy no soy lo que fui, ni soy lo que seré.

El libro de la vida de Basques

EL LIBRO DE LA VIDA DE BASQUES

Sobre las once y media de la noche, cuando las bromas y los chistes de los clientes fijos estaban en pleno apogeo, Buruaga irrumpió en El Deportivo como un auténtico huracán, desafiando las leyes de la cortesía y del buen gusto, insultando a todo el mundo y particularmente a quienes teníamos la desgracia de no ser vascos. ¡Gentuza! ¡Vaya mierda los del sur!
La Marquesona, dueña y señora del establecimiento, congratulada por aquella presencia avasalladora, sintió una repentina calentura en la entrepierna y no dudó en traspasar los confines del mostrador —como uno más de los clientes— para ponerse al alcance de la fiera. Bueno, eso no es más que una forma simple de decir las cosas, porque ella se sabía voluptuosa y atractiva, la diana de todas las lascivias, el objeto de todos los deseos. Se sentó en una de las banquetas y apoyó la espalda sobre una columna del local, entreabrió las extremidades inferiores como si le ofreciera su sexo.
Al principio Buruaga no se dio cuenta del detalle porque su borrachera le obligaba primero a insultar a todos los parroquianos, a amenazar a algunos después y a cebarse por último con don Luis, médico flaco y con gafas, pero descarado y lenguaraz. Eso ocurría siempre, pero esta vez Buruaga estaba más desbocado que nunca y tenía derecho a ello más que nunca, porque era su cumpleaños.
—Sujetadme, mecagoendiós, que lo mato a este tío.
—Mariconsón, maricón de mierda, que te voy a pegar dos hostias.
—Ja, ja. Pero si tú no tienes ni media. Mira, te voy a matar y se acabó. Ya me está jodiendo el picapleitos éste. Sujetadme, coño, que lo mato.
La Marquesona se impacientaba con su sexo semiofrecido. Todos se fijaban en ella, todos menos Buruaga, que blasfemaba, insultaba, amenazaba y amagaba puñetazos y disparos. Luisito (don Luis) no era más que un puto burgalés, un guiri, un españolazo de mierda. De Miranda para abajo todos eran sureños como los negros. Por fin volvió la cabeza y la vio. La ignoró volviendo a su tarea con don Luis, pero ella le dijo:
—Ven aquí, chiquitín.
Buruaga se sentía grande y poderoso, pero ese “chiquitín” emanado de los labios húmedos de la Marquesona en lugar de hacerle decrecer en su etílico pedestal, le produjo una especie de tornado en su cerebro que le obligó a lanzarse hacia ella, pero no ya como un gudari, sino como un amante enloquecido. Abrazó sus voluptuosas carnes y lanzó su boca hambrienta de sexo hacia su cuello ofrecido, luchador de sumo homosexual enamorado de su contrincante, que lanzaba risitas y grititos de aquiescencia.
—Buruaga, que me vas a tirar.
Todos los que allí estábamos, excepto Luisito, reíamos a carcajadas ante tan inédito espectáculo: la Marquesona, la deseada por casi todos, bajo las fauces de Buruaga. Ella, que había sido objeto de la lascivia de alcaldes y concejales, de médicos y camioneros, de jóvenes y de viejos. Ella, que escogía a sus amantes sin necesidad de mover un dedo y los ordenaba por rigurosa jerarquía: el primero, el segundo, el pistolero, el comodín... Se había convertido en actriz. No se conformaba con los ojos de los obligadamente castos varones de Basques y aledaños sobre sus concupiscentes senos y sobre su culo epicúreo, sino que quería más, deseaba —era evidente— convertirse en objeto del deseo más bestial y ofrecerse públicamente. Al menos eso es lo que intuyó Luisito, que se sintió humillado, vejado, escarnecido por la alimaña. Cuando cayeron al suelo a causa de la fuerza sin equilibrio de Buruaga, Luisito en principio se alegró: es motivo de agrado ver al enemigo derribado por la borrachera, pero esa emoción cambió de signo cuando vio que, en el suelo, se colocó sobre ella y comenzó a hacer los movimientos rítmicos del coito.
—Mariconsón. ¿Pero qué haces? Déjala.

Esto sólo es el principio. Si quieres seguir jeyendo, puedes pedirme el resto por e-mail.

Nací en Vitoria. Empecé a escribir pronto. Continué dando recitales poéticos en los sitios más insospechados de Madrid. Después de tres poemarios, dejé la poesía: a casi nadie le interesaba. ¿Cuántos lectores de poesía hay en este país? Escribí algunos relatos. Luego terminé Filología Francesa, hice oposiciones a profesor de Instituto y viví en varios lugares de Andalucía y de Francia.

Se me ocurrió que de mayor querría ser abogado. Hice Derecho, pero cuando lo terminé, cambié de opinión. Había descubierto que la igualdad entre Derecho y Justicia es una de las grandes falsedades a que la humanidad está sometida. Nuevamente quise ser escritor y me puse a ello de nuevo.

He participado en múltiples actividades de todo tipo (demasiadas y demasiado heterogéneas), entre ellas he dirigido (y dirijo) revistas de centros de enseñanza ( La Revista Palabra, Artejaén ).

Me gano la vida como profesor de Francés de la Escuela de Arte "José Nogué" de Jaén. También doy clases en la UNED.

Ponte en contacto conmigo: orruorru@gmail.com